La gestión de riesgos de libro dice que hay que evitar y mitigar los riesgos para que estos no se transformen en problemas. Pero, al igual que los merge de código, no se puede evitar el asumir y enfrentarse a los riesgos que no están bajo nuestro control. Hay que aceptar que no siempre tenemos capacidad de control y, por tanto, todo lo que hacemos y vivimos tiene riesgo.
Aceptar las situaciones de riesgo es básico para poder gestionarlas, pues negarlas o minimizarlas (tendencia muy humana por cierto) hace que nos confiemos y nos veamos ya con el problema encima, incapaces de actuar o sobrepasados por la situación.
En la relación con los clientes, los riesgos son infinitos y de diversos tipos: técnicos, de equipo, de imprevistos… Si no somos conscientes de todo lo que puede ir mal y afrontamos el trabajo con ingenuidad, se nos podría ir al traste el plan y fallar en la entrega.
En esencia, la gestión de riesgos es:
- Identificar los riesgos, que siempre hay en todas las actividades.
- Establecer una prioridad, atender siempre lo más crítico primero.
- Emplear medidas de mitigación (evitar el problema antes de que ocurra).
- Medidas de contingencia (¿cuál es nuestro plan B, C o D?).
Ahora, desde mi experiencia, voy a explicar algunas fórmulas que utilizo a la hora de gestionar los riesgos.
- Ser pesimista: hay que pensar los puntos de fallo. Ponernos en lo peor para que, si sucede, no nos pille de improviso.
- Ser proactivo: algunos riesgos los podemos eliminar si trabajamos sobre ellos, de lo contrario nos podrían explotar en la cara.
- Mantener la calma: a veces al materializarse el riesgo cunde el pánico y se pierde el foco.
- Centrarse en un objetivo: fijar un objetivo clave cuando los riesgos se materializan.
- Asumir riesgos: el mayor suele ser la falta de tiempo, no tener tiempo material para ejecutar las medidas para contener el riesgo.
- No bajar la guardia: al resolver el problema la tentación es caer en el optimismo en vez de pensar qué más puede ir mal.