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La tecnología digital tiene un gran potencial para transformar el sistema sanitario público y privado en diferentes aspectos: el trabajo diario de los profesionales, su relación con los pacientes, la precisión en los diagnósticos y los tratamientos, la gestión global del sistema y sus recursos o el cuidado de la salud en su conjunto. Todo ello con tres objetivos básicos: elevar los niveles de salud, y ser capaz de medir este incremento, mejorar la experiencia del paciente, pero también del profesional en su práctica asistencial y aumentar la eficiencia de los recursos disponibles.

Las posibilidades son muchas y la penetración de los dispositivos móviles facilita la implicación de las personas que usan el sistema. También incrementa el compromiso del individuo en el cuidado de su salud, empujando la tendencia hacia un enfoque más proactivo de la salud.

Sin embargo, también hay muchos obstáculos que frenan este proceso: el acceso dispar de los pacientes a la tecnología, la transferencia de riesgos en la toma de decisiones o el manejo y propiedad de los datos de salud, por mencionar solo alguno de ellos.

Ciertamente, parece seguro que hay que utilizar los recursos en digitalizar el sistema y convertir el gasto en inversión. Pero, la clave no está solo en el uso de programas o software específicos, sino en la estandarización, la interoperabilidad, la seguridad y la usabilidad para pacientes y clínicos. Tampoco está la clave en potenciar la explotación del Big Data sanitario y el uso de Inteligencia Artificial sobre datos no estructurados y cuya calidad no este contrastada. Queda mucho trabajo por hacer.